viernes, 19 de febrero de 2010

Cuando la lumbre se va apagando.

Cuando la lumbre que mantiene encendida la llama de tu primer amor se va apagando, el cosmos se hace ambiguo y confuso ante lo inevitable. Se desangran los sentimientos, se esfuman, cual humo que abraza las nubes, las respuestas ante las preguntas eternas que mimetizan la expiración en un inesperado esperado momento que conocemos pero nunca deseamos que llegue.
Cuando la lumbre que avivó la llama de tu existencia y te enseñó, cuando eras solo una oruga sin alas, miles de cosas que tu cerebro no recuerda, se consume, llegan los momentos en los cuales la incertidumbre se transforma en sombras que resucitan los dolores, que en metamorfosis con la indiferencia se han somatizado en la piel haciéndote polizonte pasajero de los días que juntos han existido.
Cuando la lumbre del amor más puro que Dios ha legado a los hombres se consume, llegan los días estériles en los cuales la tangibilidad que intenta sintetizar las formas difusas de lo que te rodea, cabalgando sobre el zarpazo harapiento del destino, cual emisario fugitivo del inconsciente, llega para recordarte que el tren que lleva hacia la eternidad no transporta cuerpos sino recuerdos.
Cuando la lumbre que enciende los ojos de tu madre se va apagando, despiertas ante la sonrisa etérea de la muerte, solicita compañera que intenta desmaterializar los sabores del placer que la compañía te ha brindado y los cuales debes esconder en el baúl más recóndito de tu memoria para que no sean hurtados por su más fiel cómplice, el olvido. Es el momento en que descubres que ningún dolor es tan profundo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

José lo leeria una y mil veces, y tantas veces como lo leo me emociono
un beso

 
Kala Editorial